Durante
el invierno no dejaron de llegar mendigos que venían de lejos.
Tenían la piel oscura y los pies llagados, y aceptaban la esclavitud
antes que el destierro. Extramuros, las montañas estaban tomadas por
bandas bárbaras que prometían a sus milicianos un paraíso donde no
existiera el dolor.
Un
efluvio de peligros inciertos llegaba a la ciudad. Los muros hervían
de consignas y los alguaciles redoblaban la guardia. Se guisaba el
miedo en todos los cuarteles y se bebía esperanza en todos los
bares, crecía como una fiesta la vocación de resistencia. El Rey
ocupaba sus pabellones de caza, lejos, en los antiguos dominios
africanos.
Ocurrió
en verano. Durante dos días, dos pequeñas avionetas sobrevolaron la
ciudad sin descanso, desde el amanecer hasta el ocaso, lloviéndola
de octavillas de colores. Las octavillas pedían combatientes,
arqueros, soldados de infantería, catapulteros y paracaidistas.
Pagaban bien, ambos sexos. Las puertas de los bares escupían
indignación y rabia, los cuarteles salpimentaban el miedo que
empezaba a estar en su punto.
En
los arrabales de la miseria se leían las octavillas. Cada noche, una
columna sin futuro caminaba en silencio afuera de la ciudad, al
encuentro de las tropas que habían venido de no se sabe dónde. Los
bares callaban. En los cuarteles del Rey sobraban cada vez más
platos.
Algunas
noches se oían fragores de batalla pero estaban lejos, en las
montañas, y a nadie le sangraban las heridas. Cuando cesó la
artillería, comenzó el asedio. Los alguaciles cerraron las puertas:
altas, recias, infranqueables puertas de madera, pero en los
cuarteles no había nadie. En los bares no había nadie. En la plaza
no había nadie, sólo consignas empapelando las fachadas.
A
los dos días, la ciudad se había rendido. La resistencia se redujo
a episodios aislados y triviales, como un suicidio colectivo
orquestado por un grupo radical. Quizá las octavillas habían sido
impresas en China, pero nadie quiso averiguarlo. Reinaba la Paz
luciendo majestuosa su manto de silencio y pedrería, y todos
admiraban su elegancia.